Después de casi 5 años, finalmente pude visitar a mi familia una vez más. Pasé días maravillosos junto a ellos, y cada momento quedó grabado en lo más profundo de mi corazón. Sin embargo, al llegar el momento de la despedida, experimenté ese dolor familiar, como si fuera la primera vez que me alejaba. Mi corazón parecía estar de luto, consciente de la barrera de la distancia que nos impide abrazarnos.
A medida que avanzo en la vida, me doy cuenta de que está llena de dolor, pero también de matices de alegría. Son precisamente esos momentos los que debemos atesorar en nuestro corazón. Cuando era niña, tenía un plan trazado para mi vida, pero la llegada de la dictadura en mi país cambió todo. Tuve que distanciarme de mi familia y explorar nuevos lugares.
He aprendido a no culparme por los trámites, tanto académicos como no académicos, que han consumido mi tiempo. Sigo aprendiendo de la vida, consciente de que todo puede terminar en cualquier momento.
En mi búsqueda de consuelo, alguien me dijo que debería sentir gratitud, y mi corazón realmente está lleno de ella. No obstante, ser capaz de expresar mis sentimientos y permitirme sentir, sin ocultar lo que siento, parece ser la mejor manera de sobrellevarlo.
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